sábado, 14 de mayo de 2011

Dungeons & Dragons 13/05/2011

Acceder a ficha de partida


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Caminaba desde Khôltar hacia el interior de la Gran brecha con la única compañía de mi amigo cánido.
Haría por lo menos 18 horas que no comíamos, pero ambos nos habíamos acostumbrado ya a no permitir que nuestros estómagos rigeran nuestras acciones.

A cierta distancia distinguí a cuatro orcos, tiraban de dos enanos y de un humano, parecían inconscientes. Me agaché para acariciar al perro y salí corriendo hacia el enemigo mientras desenfundaba mi vengadora de acero.
Las bestias reaccionaron y soltaron a los cautivos para atacarme. Aunque parecían tener cierta experiencia en combate lo cierto era que no tenían la suficiente para combatir cuatrocientos años de guerras y muertes. El primer orco cayó sin que probablemente se diese cuenta de que tras él uno de sus compañeros sufría un golpe de una sombra que se había movido hasta su espalda.
Tras intercambiar un par de golpes con otro orco que se acercó y conseguir abatirlo, observé como una mujer humanoide luchaba contra el orco al que había empezado a golpear.
El orco restante salió corriendo hacia un campamento y yo procedí a seguirlo más fruto del instinto que de la lógica, pero tras un par de zancadas caí en la cuenta de que no podría solo con un campamento orco, de modo que me di la vuelta a tiempo de ver como mi nueva "amiga" acababa con su adversario.
-¿Puedes cargar con ese? - Pregunté refiriéndome al humano, sin duda pesaría menos.
La mujer afirmó con la cabeza, de modo que yo, tras guardar sus pertenencias que habían dejado caer sus captores; agarré a ambos enanos y comencé a tirar de ellos hacia la Gran brecha sin intercambiar otra palabra con la combatiente de las sombras.

Minutos más tarde, los dos enanos y el humano despertaron bramando que los soltásemos. Tras unas palabras tranquilizadores y cerciorarme de que podían caminar por su cuenta, los dejé que lo hicieran.

Los enanos preguntaron por qué sus dos salvadores iban enmascarados, la mujer se descubrió el rostro mostrando unos rasgos cargados de la hermosura propia de los genasi de aire. Yo por el contrario no rompí mi voto y no desvelé el mio, haciendo caso omiso a sus palabras.
El clérigo que los acompañaba actuó a mi favor diciendo que si su salvador no quería mostrar su rostro tendría sus motivos. Lo agradecí.

De modo que en cuestión de unas horas había conocido a dos gemelos enanos llamados Glordin y Thorek;  a un clérigo seguidor de Amaunator conocido por Jozan y a una hermosa genasí de aire que respondía al nombre de Ginkaze.
Ellos no me preguntaron mi nombre... nombre que ya ni siquiera recordaba.



Tras un rato más de caminata llegamos a la Gran brecha, y de camino descubrí que los ataques de orcos parecían más organizados y frecuentes de lo normal, supuse que se trataría de algún caudillo orco que, como siempre; habría logrado unificar bajo su mandato a un par de tribus estúpidas y las utilizaba.

Los amables enanos me sugirieron ir a dormir y a cenar a su casa, y no tenía un sitio mejor donde pasar la noche o donde poder llevarme un bocado al estómago, de modo que acepté.
La comida, lejos de la fabulosa cocina de Heliogabalus o de Puerta de Baldur, estaba más que aceptable, de modo que comí con agrado y alimenté al perro con un par de trozos.
Pasé allí la noche sin, como de costumbre, despojarme de mi armamento.

A la mañana siguiente me levanté como siempre antes que el resto, de modo que preparé el desayuno y cuando me disponía a irme los propietarios de la casa despertaron. Por cortesía me quedé con ellos a acompañarlos y les pregunté por el funcionamiento de la guardia de la ciudad. Las respuestas que me dieron sugerían que la ayuda extranjera estaba pagada, de modo que indiqué me ofrecería para colaborar con el cuerpo armado. A los dos enanos y a Ginkaze les pareció bien, y nos dispusimos a abrir la puerta de la casa para dirigirnos al edificio de la guardia. En el exterior estaba Jozan, que también se ofreció para su ayuda.

Algunos minutos después estábamos organizando un grupo de milicia y Ginkaze y yo los guiábamos hasta el campamento orco que descubrimos.

Una vez todos allí el regimiento de enanos cargó por un flanco dejándonos a nosotros ocuparnos del otro.
El combate fue duro, pero vencimos sin ninguna baja, pero lamentablemente no encontramos allí al caudillo que los comandaba. Los orcos que quedaban huyeron a la montaña.

Tras apilar los cadáveres, los prendimos fuego y regresamos a la ciudad.



Cuando llegamos la guardia nos sorprendió y dio a los enanos la noticia de que un humanoide con una armadura completa negra había llegado hasta la sala del tesoro, había acabado con los guardias, y se había marchado llevándose consigo una reliquia de Moradin en forma de martillo de guerra. No había provocado más que esas bajas y nadie lo había visto pasar por ningún lugar.
Conseguí separar a Ginkaze del resto del grupo y le pregunté si era posible infiltrarse en esta ciudad con sigilo, su negativa me hizo imaginar la forma en que lo había conseguido: Magia.
Pero a juzgar por la corpulencia descrita sobre el caballero negro probablemente fuese un orco, y la mera idea de un orco realizando un hechizo de teletransporte resultaba como poco extraña e improbable, de modo que algún mago más inteligente tendría que haberlo enviado hasta allí para que recuperase la reliquia.

Los guardias informaron de la única pista que tenían sobre el asaltante: Un estandarte de una tribu orca de las montañas Utharghol.
Supe quién iba a formar parte de la futura expedición a esas montañas y decidí que no formaría parte de ella, de modo que me dirigí a mis conocidos y les comenté que lamentándolo mucho me marcharía de la Gran brecha antes de que las cosas fueran a peor. Lo comprendieron y me dispuse a partir una vez más dejando atrás una tierra a la que en otras ocasiones anteriores ya había dicho adiós.

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